miércoles, 12 de marzo de 2014

El caprichoso rey Midas




Érase una vez un rey caprichoso y avaro que siempre quería ser “el que más”: el más guapo, el más listo y, sobre todo, el más rico del mundo. Decidido a ello mandó que quitaran  a  sus  súbditos  todas  sus  tierras,  bueyes,  mulos,  cerdos  y corderos.  Se apoderó de pequeños y grandes tesoros. ¡Hasta las armas de su guardia real quiso quedárselas!. Todo lo encerró en una enorme cueva justo debajo del salón del trono.
Pero aún   no estaba del todo satisfecho. ¡Quería más!... Así que mandó llamar al mago más importante del reino y le
dijo:
-Quiero ser muy rico.-
-Ya lo eres- dijo el mago.
-No   me entiendes. Quiero ser inmensamente rico. Usa tus poderes para que todo lo que toque se convierta en oro-
contestó el insensato rey.
-Tus deseos son órdenes para mí -respondió el mago.
Midas, que así se llamaba el rey, se volvió loco de alegría y avaricia. Pronto comenzó a tocar objetos, comprobando que, en efecto, eran de oro puro. Su trono también se transformó en oro. ¿Cuánto valdría?, pensó. Salió de la sala, y a su paso la puerta, las paredes y todo cuanto tocaba se transformaban mágicamente en el deseado metal.
A  Midas  le  entró  hambre,  y  mandó  disponer  un  suculento  festín  a  base  de  codornices, faisanes  y  todo  tipo  de exquisiteces. Pero, para su sorpresa y preocupación, no pudo comer ninguno de los manjares: de oro se habían vuelto no sólo los cubiertos, sino también los alimentos. ¿Qué clase de broma era aquella?. Consultó con su visir, quien le dijo:
-Majestad, no hay problema. Poneos unos guantes, y así no rozaréis la comida.-
Así lo intentó Midas, pero de inmediato los guantes de seda se transformaron en pesado oro. ¡Imposible comer con ellos puestos!. La  preocupación del codicioso rey fue en aumento. Quizá debiera haber pensado mejor antes de tomar su decisión.
Malhumorado salió a sus jardines particulares, pero no pudo disfrutar de las flores ni de los árboles, pues apenas los rozaba, se convertían en oro. Midas no sabía que hacer, así que mandó llamar al mago, quien le dijo:
-Lo siento, Majestad, pero ni toda la magia del mundo puede deshacer lo que fue vuestra firme decisión.-
Cuando Midas iba a responderle, entró en la sala su adorada hija, quien corrió a su encuentro, y sin dar a su padre oportunidad para evitarlo, le abrazó. Horrorizado, el rey observó cómo su hija se convertía en una estatua de oro.
Lágrimas de pena y culpa rodaron por las mejillas del desdichado rey. Ni siquiera pudo encontrar consuelo en el palacio, pues sus sirvientes, juglares y demás habitantes se habían encerrado a cal y canto en sus casas por temor a ser tocados por el rey.
A solas con su desgracia, Midas caminó sin rumbo por el palacio. En un rincón oscuro de  la  torre  principal encontró al único ser humano sin miedo a su propio rey: un anciano que le observó curioso. Midas le preguntó:
-¿No tenéis miedo de mí?.-
-No, Majestad. Al fin y al cabo no me queda mucho tiempo de vida-dijo el viejo.
-A mí tampoco- respondió con amargura el rey.
El anciano se quedó mirando apenado a Midas. Tras un largo silencio, le habló:
-¡Qué importantes son las decisiones!. Si no sabemos tomar las adecuadas, nuestra vida puede ser muy desagradable
¿no es así, Majestad?.-
-Eres un viejo impertinente, pero tienes razón.-
El viejo le propuso:
-Puesto que no os queda mucho tiempo de vida, podéis emplearlo en hacer el bien.-



-¿De qué me servirá?- preguntó Midas.
-Únicamente para morir con el alma en paz -dijo el anciano.
El rey le hizo caso, y a la mañana siguiente ordenó poner carteles por todo el reino, invitando a sus habitantes a tomar de su palacio cuanto oro desearan. Su llamada fue rápidamente aceptada, y una larga cola de personas esperaba su turno para cargar con todo tipo de objetos de oro. Cuando éste se acabó, el rey dijo:
 -¡No temáis!. No os quedaréis sin oro -gritó, y se puso a tocar cuantos objetos había a su alrededor.
Compadecido, el mago se presentó ante el rey y le anunció:
-Vuestra  clemencia,  Majestad,  os  ha  salvado.  Una  decisión  bondadosa  es  tan poderosa como una decisión malvada  y ruin. ¡Que se deshaga el hechizo!.
Midas apenas si podía creer en lo que sucedió a continuación: podía tocar sin miedo personas y objetos. Pero el nuevo hechizo del mago no pudo devolver la vida de su encantadora hija.
Así,  Midas  jamás  olvidó  la  lección,  y  todas  las  noches  acudía  a  la  habitación  de  la princesa a desearle buenas noches. La estatua de oro parecía sonreírle con cariño.

 
[Adaptación del cuento El rey Midas]

¿Qué decisión toma el rey Midas para conseguir su deseo? 
¿Piensa bien antes en las consecuencias de su decisión? 
¿Cuál es la terrible maldición del rey Midas? 
¿Por qué el mago deshace el hechizo? 
  ¿Qué sucede con la princesa?


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