Érase una vez un rey caprichoso y avaro que siempre quería ser “el que
más”: el más guapo, el más listo y, sobre todo, el más
rico del mundo. Decidido a ello mandó que quitaran a
sus súbditos todas
sus tierras, bueyes,
mulos, cerdos y corderos. Se apoderó de pequeños y grandes tesoros.
¡Hasta las armas de su guardia real quiso quedárselas!. Todo lo encerró en una
enorme cueva justo debajo del salón del trono.
Pero
aún no estaba del todo satisfecho.
¡Quería más!... Así que mandó llamar al mago más importante del reino y le
dijo:
-Quiero ser muy
rico.-
-Ya lo eres- dijo
el mago.
-No me entiendes. Quiero ser
inmensamente rico. Usa tus poderes para que todo lo que toque se convierta en
oro-
contestó el
insensato rey.
-Tus deseos son
órdenes para mí -respondió el mago.
Midas, que así se llamaba el rey, se volvió loco de alegría y avaricia.
Pronto comenzó a tocar objetos, comprobando que, en efecto, eran de
oro puro. Su trono también se transformó en oro. ¿Cuánto valdría?, pensó. Salió
de la sala, y a su paso la puerta, las
paredes y todo cuanto tocaba se transformaban mágicamente en el deseado metal.
A Midas
le entró hambre,
y mandó disponer
un suculento festín
a base de
codornices, faisanes y todo
tipo de exquisiteces. Pero, para su sorpresa y preocupación, no pudo comer
ninguno de los manjares: de oro se habían vuelto no sólo los
cubiertos, sino también los alimentos. ¿Qué clase de broma era aquella?.
Consultó con su visir, quien le dijo:
-Majestad, no hay
problema. Poneos unos guantes, y así no rozaréis la comida.-
Así
lo intentó Midas, pero de inmediato los guantes de seda se transformaron en
pesado oro. ¡Imposible comer con ellos puestos!. La preocupación del
codicioso rey fue en aumento. Quizá debiera haber pensado mejor antes de tomar
su decisión.
Malhumorado
salió a sus jardines particulares, pero no pudo disfrutar de las flores ni de
los árboles, pues apenas los rozaba,
se convertían en oro. Midas no sabía que hacer, así que mandó llamar al mago,
quien le dijo:
-Lo siento,
Majestad, pero ni toda la magia del mundo puede deshacer lo que fue vuestra
firme decisión.-
Cuando
Midas iba a responderle, entró en la sala su adorada hija, quien corrió a su
encuentro, y sin dar a su padre oportunidad para
evitarlo, le abrazó. Horrorizado, el rey observó cómo su hija se convertía en
una estatua de oro.
Lágrimas
de pena y culpa rodaron por las mejillas del desdichado rey. Ni siquiera pudo
encontrar consuelo en el palacio, pues sus sirvientes, juglares y demás habitantes se habían encerrado a
cal y canto en sus casas por temor a ser tocados por el rey.
A
solas con su desgracia, Midas caminó sin rumbo por el palacio. En un rincón
oscuro de la torre
principal encontró al único
ser humano sin miedo a su propio rey: un anciano que le observó curioso. Midas
le preguntó:
-¿No tenéis miedo
de mí?.-
-No, Majestad. Al
fin y al cabo no me queda mucho tiempo de vida-dijo el viejo.
-A mí tampoco-
respondió con amargura el rey.
El anciano se
quedó mirando apenado a Midas. Tras un largo silencio, le habló:
-¡Qué importantes son las decisiones!. Si no sabemos tomar las
adecuadas, nuestra vida puede ser muy desagradable
¿no es así,
Majestad?.-
-Eres un viejo
impertinente, pero tienes razón.-
El viejo le
propuso:
-Puesto que no os
queda mucho tiempo de vida, podéis emplearlo en hacer el bien.-
-¿De qué me
servirá?- preguntó Midas.
-Únicamente para
morir con el alma en paz -dijo el anciano.
El rey le hizo caso, y a la mañana siguiente ordenó poner carteles por
todo el reino, invitando a sus habitantes a tomar de su
palacio cuanto oro desearan. Su llamada fue rápidamente aceptada, y una larga
cola de personas esperaba su turno para cargar con
todo tipo de objetos de oro. Cuando éste se acabó, el rey dijo:
-¡No temáis!. No
os quedaréis sin oro -gritó, y se puso a tocar cuantos objetos había a su
alrededor.
Compadecido, el
mago se presentó ante el rey y le anunció:
-Vuestra clemencia,
Majestad, os ha
salvado. Una decisión
bondadosa es tan poderosa como una decisión malvada y ruin. ¡Que se
deshaga el hechizo!.
Midas apenas si podía creer en lo que sucedió a continuación: podía
tocar sin miedo personas y objetos. Pero el nuevo hechizo del mago
no pudo devolver la vida de su encantadora hija.
Así, Midas
jamás olvidó la
lección, y todas
las noches acudía
a la habitación
de la princesa a desearle buenas noches. La estatua
de oro parecía sonreírle con cariño.
[Adaptación del cuento El rey Midas]
• ¿Qué decisión toma el rey Midas para conseguir su deseo?
• ¿Piensa bien antes en las consecuencias de su decisión?
• ¿Cuál es la terrible maldición del rey Midas?
• ¿Por qué el mago deshace el hechizo?
• ¿Qué sucede con la princesa?
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